jueves, 14 de agosto de 2014

Los años de peregrinación del chico sin color, Haruki Murakami

Hace unos días no puede evitar notar que varias publicaciones de mis amistades de las redes sociales, hacían alusión a la soledad, si, esa palabra que de inicio nos sabe a amargura y depresión, casi como un chocolate rancio y amargo.

Posterior, al conocer la noticia del deceso de ese gran actor que fue Robin Williams, quien padecía de una depresión clínica optó por una muerte trágica; no pude evitar hacer comparación con las obras que he leído de Murakami, en las cuales invariablemente hay una muerte trágica, sea por suicidio u homicidio y claro está, con la soledad inherente en sus vidas.

Lo que llama mi atención es el como la soledad implica tantas variables, para unos es inspiración, superación, conocimiento; para otros, es el último estadio de su cordura.
Hago referencia a Murakami, por su libro “Los años de peregrinación del chico sin color” y el como la soledad de Tsukuru Tazaki, el chico sin color, es empleada por él mismo, como un reto, una meta, un objetivo a conseguir.

La soledad que le invade por el rechazo de sus amigos Aka, Ao, Shiro y Kuro, los amigos de color, lo lleva a casi suicidarse, sin embargo, no cruza la delgada línea de perder la cordura y sufre, sí; pero  logra sobreponerse, lo que no logra una de sus amigas, lo que no le deja marcas en su vida, y a sus amigos si, algunos con su vida llena de remiendos, satisfactorias pero vacías; y otros que mejor buscaron la salida fácil.

La vida en sí, es un lienzo en blanco, nuestras acciones, sueños, deseos, van matizando los colores, no todo es gris, ni todo es blanco y negro, siempre hay una señal de color que nos alegra, reconforta, inspira y fortalece.


Y eso, es lo que valoro de la soledad que en lo personal me rodea, una soledad consejera que como Tazaki sigo mi camino de iluminación.


Haruki Murakami. Los años de peregrinación del chico sin color. Ed. Tusquets, 2013